martes, 28 de diciembre de 2010

Nadie sabe el día en el que morirá

¡¡Exijamos lo Imposible!!
La muerte
Juan R. Menéndez Rodríguez
jr_menrod@hotmail.com

“La muerte sólo tiene importancia, en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida”.- André Malraux

A la muerte nadie se acostumbra, todos la ven lejana, inoportuna. Se mueren los otros, los vecinos, los ancianos, algún amigo, pero la muerte pertenece a los otros. La muerte propia ni se piensa y menos se siente.

El hombre generalmente hace planes a largo plazo, se fija obligaciones y metas. Incluso los hay tan previsores que le amueblan a su vejez casa y gastos de enfermera por si los hijos se olvidan. Y aunque el hombre no piense ni sienta su muerte es el único hecho cierto en su vida. Por otra parte, la muerte del otro difícilmente nos acerca a pensar la muerte propia. Y la pregunta sobre la muerte es tan imposible como tratar de pensar qué se era antes de nacer, si es que se era algo o alguien.

Sin embargo, para muchos la vida es absurda porque vamos a morir, a desaparecer un día con otro. Nada tiene sentido, ningún esfuerzo vale la pena, ningún sacrificio, ninguna pasión o vocación si, cuando menos esperamos, aparece silenciosa y muda la Señora Muerte. Y lo más extraño o dramático es que ni siquiera te da oportunidad de conocerla porque cuando ella llega, nosotros ya no estamos presentes.

El ser para la muerte, el tener como único destino morir, es el hecho más natural, más conocido y más sabido, ya que todos morimos. Pero hay pensadores que consideran que paralizarse intelectualmente por el hecho, cierto y fatal, de la muerte es absurdo. Primero, porque de ella desconocemos todo, y después, porque cualquier otra clase de vida después de morir nos es absolutamente ajena.

Seguramente los hombres de fe no tienen la menor idea de cómo será el Paraíso y qué vida se tendrá en el Paraíso. De cualquier forma, si hay Dios, éste decidirá cómo seremos, qué haremos, sentiremos y pensaremos, si es que nos toca sentir y pensar en ese mundo trascendente. Por tanto, la única oportunidad que tenemos de ser como somos es aquí y ahora.

Otra pregunta ociosa es quién decidió que naciéramos y viviéramos donde vivimos y con las pasiones y obsesiones que nos tocó vivir, así nuestra obsesión y pasión sea la santidad. Otros dicen que si no vamos a ser nosotros (con todas sus implicaciones) el que estemos mirando cerca de Dios, de nada sirve y de nada vale.

Lo cierto es que nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos como cualquier Labrador. Pero esto no hace absurda la vida porque es justamente el hombre el que le da sentido. Y el sentido no debe ser ni trascendental ni luminoso. Lo mismo vive con toda pasión un físico matemático que un fanático del fútbol, un teólogo que un apasionado a los toros. El hombre le da sentido a lo que quiere y se lo quita a lo que no quiere. El hombre que se dedica a la plantación de árboles frutales vive la vida con un sentido tan claro como el que se dedica a la filosofía.

Ciertamente que hay hombres que quieren redimir a la humanidad, como Ernesto “Ché” Guevara, pero eso no los hace más plenos y felices que los que buscan un campeonato en el billar. Hay hombres que nacieron para escribir grandes obras de literatura, como Cervantes, Shakespeare, Goethe, y otros que disfrutan leyéndolos y así le dan sentido cabal a su vida. Unos se problematizan con el tema de la libertad y otros hacen sencillamente lo que les viene en gana.

Es decir, pensar que porque morimos la vida es absurda, es un verdadero absurdo. Querer ser eternos es una falsa aspiración, porque es imposible. Crear una teología y filosofía que nos fabrique teóricamente una eternidad, para después habitarla, es algo muy humano porque se dio desde el principio de nuestra historia como seres racionales.

También se debate que si el hombre tomara la muerte como el hecho más natural, como reproducirse y alimentarse, igualmente existirían poesía, filosofía y esa necesidad de saber más de nosotros y del mundo, que es la ciencia. Usted decide, amable y estimado lector.

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