martes, 27 de marzo de 2012

Viven a dos fuegos del Estado y de narcos

¡¡Exijamos lo Imposible!! 
Ser periodista en México


¿Cuál es su protocolo de seguridad?, me preguntó una periodista española que me entrevistaba sobre la cobertura del narco en el Norte del país. Me reí, me quede pensando unos minutos y le contesté: “Ninguno. A veces me encomiendo a Dios, a la Virgen y a todos los Santos”.

Los periodistas no acostumbramos escribir sobre nosotros mismos, ni sobre nuestro oficio. A veces nos sinceramos entre amigos, otras más frente a un grupo de estudiantes dando una conferencia sobre el oficio. Generalmente nos guardamos nuestras cuitas. Las batallas o batallitas de nuestro trabajo las dejamos para charlas de sobremesa o reuniones entre amigos frente a tragos de tequila y cerveza.

Esta vez, en lugar de brindar con mis colegas y amigos por la vida, les compartiré una historia de cuando fui al zoológico y encontré los cocodrilos fuera del estanque. Me explico: quería escribir un reportaje sobre la disputa por el territorio de Tamaulipas y Nuevo León entre el cártel del Golfo y Los Zetas. Fui al pueblo fantasma de Ciudad Mier, desolado por las balaceras, los secuestros y las matanzas y de allí me pase a Miguel Alemán para reportear el éxodo de desplazados por la guerra. Cuando un refugiado me preguntó por la carretera por donde me había atrevido a ingresar a ese territorio, me recomendó cambiar de ruta por mi seguridad. Atendí su sugerencia sin hacer caso de mi instinto. (En estos casos, el instinto es vital, es como una alarma que se enciende).

El caso es que le hice caso y tome una carretera interna para llegar a la temida Autopista a Reynosa. Llevaba hora y media de camino. Tiendas, estaciones de gasolina, restaurantes, todo abandonado por esos lugares convertidos en territorio en poder del narco. A lo lejos divisé un puesto con un anuncio: “tacos de carne asada”. Paré para preguntarle al señor de avanzada edad que lo atendía si me faltaba mucho para llegar. Me dijo que no, pero añadió una advertencia: “Tenga cuidado porque acaba de pasar un convoy”. Inmediatamente pensé en la mala relación de periodistas soldados, me acordé de como nos encañonan, nos revisan e intimidan. Le pregunté: “¿De soldados?”. No, de los otros. “¿Zetas?”, le dije. No, los otros, los del cártel del Golfo.

No sería la primera vez. En otras ocasiones había sido testigo de sus rondines y retenes en Matamoros, Monterrey, Reynosa, Monclova… La diferencia esta vez era que la carretera estaba desierta. Ni un coche, ni un alma. Me encontraba en tierra de nadie, o más bien, en tierra de ellos.

Continué mi camino y a los cinco minutos efectivamente aparecieron por una vereda alrededor de 15 camionetas. La polvareda no me dejo contarlos con exactitud. Salieron a la carretera. Las piernas me temblaron. Me detuve en seco. No supe qué hacer. En un minuto pensé en mi vida, en la gente que quiero y me quiere. Pensé en lo que dejaba si moría. Pensé que sería una periodista más desaparecida o asesinada, un párrafo en la última página del periódico, un caso desechado por la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos contra Periodistas. En unos segundos pensé que a muy poca gente le iba a importar mi muerte, que sólo lo lamentarían mi familia, mis amigos; que incluso algunos se alegrarían. Y me reproché no haber pensado en los que quiero. Cerré los ojos con una convicción: “Ya me llevó la fregada”. Escuché el zumbido del paso de sus vehículos. Y mi curiosidad fue más fuerte. Abrí los ojos esperando lo peor. Los miré de frente. Iban vestidos con ropa camuflada. Todos llevaban armas largas. Las puertas tenían un logo: “CdeG”. Uno de ellos que conducía una camioneta pick up me volteó a ver y me saludó al estilo militar. Fueron pasando uno por uno. Me orillé a la cuneta a esperar que aquello terminara. Y terminó.

Los periodistas en México trabajamos en condiciones difíciles. Nos enfrentamos a diversos enemigos, algunas veces plenamente identificados, otras no tanto. Y es sano de vez en cuando abordar los avatares del oficio y compartirlos con nuestros lectores, particularmente cuando se trata de sensibilizar sobre el mal estado que vive la libertad de información y prensa, actualmente coartadas por las dos violencias.

En México trabajamos entre dos fuegos: la violencia del crimen organizado y la violencia del Estado. Informar de la violencia del narco es aceptable, pero cuando informamos de la violencia del Estado nos convertimos automáticamente en enemigos de la patria. No está bien visto narrar las atrocidades cometidas por las policías, el Ejército o la Marina.

Sin embargo, cuando los periodistas decidimos contar las dos caras de esta guerra, el abanico de posibilidades de amenazas y ataques se incrementa. Cada bando quiere ser favorecido por la prensa. El Estado tiene sus instrumentos como Iniciativa México para controlar el flujo informativo; el narco ofrece la disyuntiva de plata o plomo, pero finalmente los periodistas quedamos en medio del fuego cruzado.

México es uno de los países más letales para ejercer el periodismo. Del 2001 a la fecha, 85 compañeros han sido asesinados: balaceados, calcinados, decapitados, torturados… 14 más permanecen desaparecidos. Los crímenes cada vez son más crueles, más alejados del ser humano. Y ante este panorama desolador, la convicción que nos queda es la falta de voluntad política del gobierno de Felipe Calderón por reducir o esclarecer la violencia contra los periodistas. Está claro que al Estado no le conviene una prensa libre trabajando con garantías para informar plenamente sobre lo que pasa en México.

Por eso, los periodistas hemos hecho redes para protegernos entre nosotros mismos. Y los esfuerzos de organizaciones no gubernamentales como Articulo 19, son fundamentales para sentirnos arropados. Esta organización dirigida por Darío Ramírez, en su último y extraordinario informe, da cuenta de las 172 agresiones relacionadas con el ejercicio de la libertad de prensa que se presentaron en México durante el año pasado. Los estados donde mayor número de ataques contra la libertad de expresión se documentaron fueron Veracruz, con 29; el Distrito Federal, con 21; Chihuahua y Coahuila, con 15, y Oaxaca, con 11 casos.

El dato más llamativo de este revelador informe es que el 41.86 por ciento de los ataques a la prensa fueron cometidos por funcionarios públicos de diferentes niveles de gobierno, mientras que sólo un 13.37 por ciento son atribuidos a la delincuencia organizada.

Esto confirma nuestros peores pronósticos: al Estado no le importan los periodistas, aunque el Ejecutivo repita que los mata el crimen organizado. Es mentira. ¿Cuántos periodistas asesinados necesita Calderón sobre la mesa para atender los delitos contra la prensa?

Después de mucho luchar, Articulo 19 ha conseguido que finalmente el  Congreso de la Unión, a través del Senado, aprobará la atracción del gobierno federal de delitos cometidos contra periodistas. La medida llega tarde y mal. La legislación está incompleta. Y lo más importante, esto no resuelve el problema de las agresiones a los periodistas.

La cuestión es de fondo. La Fiscalía creada para atender los delitos contra los periodistas es un auténtico fracaso. Ha tenido cinco fiscales y cero resultado. Ningún caso resuelto. Es un esperpento ver como el Estado va bajando su presupuesto. Un símbolo claro del desprecio del Estado a la prensa.

Un país que no garantiza la seguridad de sus periodistas, que no garantiza el ejercicio libre del periodismo, ni la libertad de información ni de prensa, es un país sin democracia plena. La salud de la prensa es la salud de la democracia.

Cada vez que alguien agrede, desaparece o asesina a un periodista, esta aniquilando, socavando, dañando parte de nuestra democracia, de nuestro derecho a la información. No lo olvidemos. Nos conviene a todos defender a la prensa.

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