miércoles, 24 de junio de 2015

No existe realmente una política exterior

¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!

Puntos de política exterior
Víctor Flores Olea

Andrés Manuel López Obrador, el dirigente de Morena, sostuvo recientemente que no existe realmente una política exterior sólida en los países cuando éstos carecen de una política interior también sólida, coherente y orientada al progreso y al desarrollo. Podrían darse muchos ejemplos de lo anterior, pero baste uno solo referido a nuestro país: la política exterior de Lázaro Cárdenas, sostenida por una política interior absolutamente consistente y orientada al desarrollo y al progreso de la nación, sobre todo en sus estratos sociales con menores capacidades y posibilidades. Es verdad, de alguna manera la orientación de la política exterior de los países prolonga y confirma el contenido de su política interior, aquella se funda en ésta y constituye su remate necesario, natural.

Continuando con este orden de ideas resulta claro que, en México, el gran viraje de nuestra política exterior coincide puntualmente con las políticas neoliberales que, prácticamente en todos los órdenes, asume el Estado mexicano desde Carlos Salinas de Gortari.

Podríamos decir mucho sobre los sexenios de Ernesto Zedillo, ordenando al Ministerio Público aprehender al Subcomandante Marcos por sus atentados contra el orden público (nada más faltaba que dijera por sus atentados contra la moral), todavía podemos decir que en su doblez extraordinaria Zedillo, al tiempo que convocaba al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) al diálogo, instruía a la Procuraduría General de la República (PGR) para que actuara penalmente contra los dirigentes zapatistas (el Procurador de aquel tiempo, Antonio Lozano Gracia, todavía remachó el chiste diciendo que la PGR se abocaría ‘’a la localización y detención de los presuntos responsables, a fin de ponerlos a disposición del juez que conoce de la causa’’), o de Vicente Fox quien fue objeto de la chacota nacional cuando dijo, con su frivolidad habitual, que “las demandas indígenas se resuelven con vocho, tele y changarro”. Podría ser prácticamente inacabable, pero me conformaré con añadir todavía que, en 2011, el subcomandante Marcos sostuvo con toda razón que “la guerra de Calderón dejará miles de muertos y jugosas ganancias económicas”.

Naturalmente, esta cadena de contrasentidos antipatria se continúa hoy con las “famosas” reformas estructurales que supuestamente nos llevarán a “otro planeta” y que se han presentado, casi casi, como la salvación del país. Por desgracia no ocurrirá así y un día Peña Nieto, en la intimidad, se preguntará si a la larga valió la pena la práctica entrega del país a los Estados Unidos, provocando en México más desigualdades, riqueza para unos cuantos y miseria para la gran mayoría. Pero volvamos a nuestro tema central.

Desde luego que este curso de la política interna del país, entreguista y liquidacionista eminentemente, de ninguna manera es una base firme de la política exterior mexicana, que parejamente se ha debilitado extraordinariamente. Pero sobre todo es la ruptura de la moral y la creciente corrupción en muchas dimensiones de nuestra vida pública y privada que ha aflojado y apagado muchos aspectos de nuestra política exterior.

Por eso tiene toda la razón Andrés Manuel López Obrador cuando sostiene, como puntos programáticos de Morena, que este partido “lucha por cambiar el régimen de corrupción, antidemocracia, injusticia e ilegalidad que ha llevado a México a la decadencia actual que se expresa en crisis económica, política, en pérdida de valores, en descomposición social y violencia” Y además “que la oligarquía mexicana, junto con las cúpulas del PRI y el PAN, han llevado a esta decadencia y antidemocracia y han impuesto por la vía de los hechos, a través de elecciones fraudulentas, en su momento a Carlos Salinas de Gortari y recientemente a los gobiernos de Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto.

Plantea además “que esta degradación no podrá frenarse y superarse, si el pueblo no se organiza para poder decir basta a quienes movidos por la ambición al dinero y al poder, mantienen secuestradas a las instituciones públicas, sin importarles el sufrimiento de la gente y el destino de la nación”. Sostiene además, como parte del programa de Morena “que sin un cambio de régimen, no hay posibilidad viable de empleo, bienestar, justicia, soberanía, independencia, respeto a los derechos humanos, seguridad, tranquilidad y paz social”.

En estos párrafos brilla la idea de López Obrador en el sentido de la necesidad imperiosa de un cambio en México, que sería a la vez la armadura de un país en lo interno democrático y sin las abismales desigualdades que nos marcan, con una sólida moral indiscutible y con la seriedad y respeto que debería merecer siempre, y con el reconocimiento internacional que tuvo alguna vez y que desafortunadamente se ha debilitado.

A diario ocurren en el mundo hechos y dichos acerca de lo cual México en ocasiones debiera pronunciarse. Ya no digamos sobre los grotescos despropósitos del magnate y racista estadounidense Donald Trump, precandidato republicano a la Presidencia, que le sirvieron para insultar soezmente a los migrantes mexicanos en Estados Unidos sino, por ejemplo, el problema enorme que se ha gestado en el Este de Europa (Ucrania-Rusia), que para muchos evoca de cerca lo más álgido de la Guerra Fría, cuando se cruzaban amenazas entre las potencias incluso de utilizar armas nucleares. Por supuesto, en el primer caso se produce un repudio universal a las majaderas palabras del magnate, y en el segundo nuevamente reitera México su más enérgico repudio al uso o amenaza del uso de la fuerza en las relaciones internacionales, lo que significa poner en el filo de la navaja de otra guerra a buena parte de la humanidad.

Por eso hemos dicho también en otras ocasiones que una política internacional respetable, expresada en tiempo y forma oportunos, completaría para Morena su presencia exitosa en este tiempo electoral.

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